El Círculo Polar Ártico es la
división artificial producida por el paralelo 66 al norte del planeta.
Comprende territorios de Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Islandia, Noruega,
Suecia, Finlandia y Rusia.
Este territorio representa
el 6% del total de la superficie del planeta, cerca de 21 millones
de km2, de los cuales ocho millones son terrestres y siete millones
se traducen en plataformas continentales a menos de 500 metros de profundidad,
lo que supone la raíz de los problemas de indefinición de las fronteras
árticas, un quebradero de cabeza para los países contendientes que aspiran a
controlar los recursos que se esconden bajo la escarcha.
Además de la creencia popular de
que debajo de sus aguas el Ártico solo alberga petróleo y gas, estas también
son fuente de importantes puntos de pesca y de metales valiosos, como bauxita,
carbón, cobre, diamante, manganeso, molibdeno, níquel, oro, plomo o zinc.
Conscientes de ello, a principios del siglo pasado comenzó ya la extracción de
estos recursos, y desde entonces la demanda de producción no ha parado de
crecer.
No obstante, lo verdaderamente atractivo
del Ártico son las grandes reservas de hidrocarburos, fuente principal de
energía del mundo industrializado. De las 33 provincias en las que el servicio
geológico de los Estados Unidos divide el Ártico destacan, en cuanto a los
depósitos de gas natural, la Alaska ártica, la cuenca de Siberia occidental y
la cuenca oriental del mar de Barents.
A ello se le suma que el
calentamiento global hace cada vez más accesible la riqueza energética del
Ártico y, por tanto, recrudece la batalla por los derechos a explotarla. Dinamarca,
Canadá, Estados Unidos, Noruega y Rusia pretenden derechos sobre esta zona
marítima que, según el Instituto Geológico de EE. UU., alberga el 13% del
petróleo y el 30% del gas natural que queda en el planeta. Y por si fuera poco,
con el deshielo, también está en juego el control de rutas de navegación
interoceánicas mucho más cortas entre el Atlántico y el Pacífico, atrayendo la
atracción de otros países como China.
Hoy en día, la ubicación
geográfica y su riqueza geológica no son los únicos componentes que añaden
valor al Ártico. Son las posibilidades de ganar espacio en el mercado de las
materias primas y garantizar la seguridad energética de los Gobiernos lo que
los lleva a invertir cada vez más en maquinaria y técnicas para evitar los
obstáculos del terreno, siendo especialmente beneficioso este territorio para
Rusia, ya que posee casi un tercio del mismo a lo largo del continente euroasiático.
A las consideraciones ambientales
para explotar estos recursos se unen las sociales y políticas. El Ártico es
habitado por cuatro millones de personas. Un 15% de la población lo constituyen
las tribus indígenas, que tienen derecho a los recursos naturales de la tierra
en la que habitan, que además les pertenece legalmente.
Las dificultades técnicas también
son evidentes, porque todavía no existe la maquinaria ni el conocimiento para
llegar donde marca el reino del hielo. “El
potencial está ahí, pero supone tomar riesgos. Los costes son altos, más que en
ninguna otra parte y el verano corto”, ha apuntado Manouchehr Takin, analista
del Centro de Estudios Globales de Energía.
A pesar de todo, los analistas y
expertos afirman que la idea de la explotación del Ártico va a ser cada vez más
común en los próximos 40 años, en función de la aceleración del deshielo. Pero
no será fácil.
La nueva década del siglo XXI
promete abrir una nueva puerta a la regeneración climática o, al menos, a la
concienciación sobre su necesidad. Sin embargo, aunque esto conforme el eje central
en el discurso de muchos de los grandes líderes mundiales, no es menos cierto
que los intereses económicos son los que priman a la hora de configurar el
orden mundial.
Los ecologistas señalan los
desastres que la explotación del Ártico ha dejado, mientras que gobernantes y
accionistas se centran en encontrar activos de gran rentabilidad en el mercado.
Se trata de la nueva fiebre del oro que procura adelantar la ventaja geopolítica
que ya desde principios del siglo XX Mackinder venía aventurando: que el territorio de la Rusia actual es el
corazón continental del planeta y sabe cómo aprovechar su frontera más al norte
en un mundo donde el comercio comprende el tema central de las conversaciones
de emprendedores y poderosos.
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